Noche sabadera. En la terraza- vergel de un pequeño ático,
seis mujeres de bandera degustamos las delicias que cada una ha preparado para deleitar al resto. Seis
mujeres, seis. Cincuentañeras. Mujeres sabias, guerreras, luchadoras.
Practicantes fervientes del aforismo: Tragedia+tiempo=
comedia. Durante unas horas, rodeadas de plantas, alumbradas por las velas y la
tenue luz de las estrellas, nos sentimos privilegiadas. Conscientes de que esa
escena es apenas una micropartícula en el cosmos del que se supone formamos
parte. La cotidianeidad de cada una de las mujeres sentada en torno a la mesa no
forma parte de la estampa que estamos viviendo ahora, en este justo momento.
Algunas, con más problemas que un cuaderno Rubio nos permitimos la licencia de
invertir unas horas en un cachito de felicidad. Es curioso, la mitad de las damas de la
reunión estamos jubiladas por enfermedad,
y también estamos solteras: chollazo. Mi
madre, en su perfecto andaluz, cuando se enteraba que a uno le habían concedido
una pensión por invalidez, decía lo siguiente: “Al marido de Anita le han dao una
paguita por inúti totá”. Y yo la miraba
sin tener ni puta idea de lo que decía. Mi madre… Mi madre tenía una ristra de
frases lapidarias que habrían dejado catatónico al mismísimo José Ingenieros,
pero de eso ya contaré otro día.
El caso es, que, tres de seis mujeres en la
reunión conocemos al dedillo el tormento en el que se ve uno envuelto hasta que te conceden una
pensión de incapacidad laboral permanente (según mi madre, por inúti totá).
A una de ellas y a mí nos tocó pasar ese
proceso cuando saltó a la luz pública que María José Campanario se encontraba
en los juzgados de Jerez por un supuesto delito. Los periódicos y medios de
comunicación informaban de los acontecimientos que se iban produciendo; pero
sólo de los acontecimientos públicos, no de los privados. Mientras se iniciaba
el escándalo, una de mis compañeras de mesa, yo misma, y centenares de
personas, fuimos dados de alta, injustamente, por inspectores de la Seguridad
Social. Al final, los trapos sucios acaban en casa del que no ha ensuciado nada.
Cientos de personas a las que se les había concedido una incapacidad fueron
citadas por la Inspección. Alguien a quien conocí en una sala de espera me dijo
que le habían llamado y retirado su
pensión de incapacidad. Que no entendía nada…
Alguna vez comenté mi opinión
sobre el daño que había causado la, ahora, odontóloga. Me preguntaba en voz
alta qué era más vergonzoso: el delito en sí, o la cantidad de acusados (25,
veinticinco) que tenía a su alrededor, la mayoría, con cargos públicos relevantes
que les otorgaban el poder de decidir sobre las VIDAS de otras personas.
Yo me quité de la tele hace
mucho, pero de vez en cuando me gusta encenderla, así, al tun tun, y ayer
estaban hablando de la cuestión de estado en la que se ha convertido el delicado
estado de salud de María José Campanario y su ingreso en un hospital psiquiátrico
en la provincia de Málaga. En la zona costera de Benajarafe, ubicada junto al
mar - allí, dicen, se combina la
asistencia médica más rigurosa junto a la tranquilidad del lugar y la comodidad
de una residencia; dispone de distintos tipos de habitaciones, comedor, salas de
espera, despachos, enfermería, sala de actividades, salas de terapia, gimnasio,
zonas comunes, piscina, terrazas al mar,
que hacen del hospital un lugar diferenciador -. Prometedor.- Al parecer, a veces, se ve a la odontóloga en la playa haciendo el
deporte, practicando actividades al aire libre, paseos, y todo aquello que le recomiendan los especialistas a los que
paga en su ingreso hospitalario de 5 estrellas
No sé si me produce más vergüenza
o incredulidad, observar la ignorancia que se vierte a diario en los medios de comunicación,
en la televisión, sobre una población asentada en la inopia. No sé si es estupor
la palabra que define lo que siento, al enterarme de que se ha descubierto una
enfermedad nueva para ricos: la fibromialgia. Me parece sobrecogedor el daño
que puede causar todo este circo a los que padecen una enfermedad que, sólo sus
afectados pueden describir, que tanta
incomprensión carga sobre sus doce letras, y que tantas vidas se ha dejado por
el camino.
En julio de 2011, tras un juicio
que se prolongó durante dos meses y que sentó en el banquillo a 25 personas, la
Audiencia Provincial de Cádiz dictó sentencia por la Operación Karlos. Un año
más tarde, el Tribunal Supremo confirmó la sentencia y condenó a María José
Campanario y a su madre, Remedios Torres, a un año y 11 meses de prisión. El
Tribunal Supremo rechazó los recursos de Maria José Campanario y de su madre y
ratificó las condenas por falsedad de documento oficial y tentativa de estafa.
Sin embargo, ni la Torres ni la Campanario ingresaron en prisión por no tener
antecedentes y porque sus condenas no superaban los dos años. Un año y 11
meses… Por los pelos… El tribunal lo tuvo
claro: Carlos Carretero ideó un plan para beneficiarse económicamente de forma
ilícita mediante la obtención fraudulenta de pensiones de incapacidad laboral.
Captaba personas y les pedía dinero en una trama que requirió de la ayuda del
inspector médico Francisco Casto y de otros profesionales de la provincia de
Cádiz. La corrupción también se paseaba por los pasillos de las instituciones
que se dedicaban a gestionar lo de las pensiones. Tú me das cremita, yo te doy
cremita...
Y el tiempo pasó, y años después,
llegó, como en la canción, chica nueva a la oficina. De nuevo María José
Campanario como protagonista.
Los profesionales de la
comunicación deberían aclarar que muchas pacientes de FM no disponen de los
mismos recursos que la recién llegada al club. Que tienen que seguir con sus
vidas, sus trabajos, sus hijos, sus casas. Que son prisioneras de sus cuerpos. Que
siguen siendo invisibles; que no se pueden permitir tantos cuidados ni tanta
parafernalia. Deberían resaltar que el daño que hizo en su día la operación
Karlos se ha agravado. Que se están cometiendo verdaderas temeridades con
personas que realmente no pueden trabajar, muchas de ellas, afectadas por la
fibromialgia. Los medios de comunicación
deberían tener más tacto al hablar de una enfermedad como la fibromialgia: no
todo el mundo que la padece puede
acceder a las clínicas que frecuenta la protagonista de “Mamá, te has quedado sin pensión”.
Los medios también deberían
aclarar que el hospital de Jerez en el que alguna vez la han ingresado por
brotes de fibromialgia es un hospital privado.
Que normalmente la fibromialgia no es motivo de ingreso hospitalario en
la Seguridad Social. Que la mayoría de afectadas pasan sus brotes en sus casas
paliando como pueden el dolor; saben que ir al hospital público con un brote de
fibro es un paná. Ajo y agua. Además de que estamos de mierda
hasta arriba, si algo ha quedado claro, es que lo que vende en este país se
tiene que vestir de rosa. La vida en rosa. La prensa rosa, las famosas con sus
lacitos rosa. El cáncer rosa. Y ahora, también, la fibromialgia rosa. Yupi.
Pero ahora es ahora. Disfrutar
una cena en un pedacito de cielo rodeada de amigas-ángeles que se han ido dejando
cachitos de alas por el camino. Que son capaces de registrar que tragedia más
tiempo es igual a comedia. Momentos para dejar atrás las batallas y mirar a las
estrellas... Me siento llena de amor. De gratitud. Aunque, a pesar de ello,
alguna vez, me envuelve un sentimiento inexplicable. Bueno, sí. Hay un pequeño
poema que lo explica. Más o menos. Lo leí en alguna parte y de vez en cuando me
doy el capricho. Y no lo pienso, y durante un instante, unos segundos, me
permito degustar uno de esos momentos que no tienen precio. Y me permito sentirlo así, tal cual:
Llegar
al fin
hasta la puerta de tu casa,
entrar,
echar
todas las cerraduras,
y, como
quien saborea
el sabor de la venganza,
decirlo:
“Ahí
os quedáis, hijosdeputa”.
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