jueves, 27 de octubre de 2016

ACERCA DEL DESTINO



"Nadie está aquí para cumplir tu sueño. Todo el mundo está aquí para cumplir su propio destino, su propia realidad"

 - Osho -





A mi madre

martes, 31 de mayo de 2016

POLÍTICAMENTE INCORRECTA





Es domingo y está amaneciendo. Llueve copiosamente. Parece como si la lluvia fuera una señal para detener en seco la fiesta. Una señal para limpiar la atmósfera y hacer borrón y cuenta nueva. A veces las señales llegan de un modo casi imperceptible, aunque eso poco o nada importa si no se está preparado para descifrarlas, o cuando el concepto que se tiene de ”señal“  es el de prohibido adelantar, aparcar, o circular a más de 80. Y aun así, ¿quién hace caso a las señales?
La última vez que me vistieron de gitana apenas tenía 10 años y mis progenitores aún vivían. No tengo ni idea de dónde puede estar la foto que lo constata. No sé si es políticamente correcto decirlo, pero me figuro a mis padres bastante decepcionados conmigo por haberles salido rana y no haber continuado con una tradición por la que Jerez, la tierra del vino – ese gran desconocido -  es célebre mundialmente.
Ya no hay fotos en papel; en la era de la tecnología y de la desinformación instantánea nos basta un teléfono móvil para  tomar fotos digitales o videos que retratan con pelos y señales lo que está sucediendo. Y los colgamos automáticamente en la red social de turno para mostrar al universo internauta, al mundo, lo contentos, felices o pedos que estamos.
 Lo que cada uno ve en esas imágenes es asunto suyo, pero  la mayoría  gusta  de interpretar un mundo de luz y color en torno a esa felicidad postiza que se vende como el estado ideal para el cuerpo y la mente.
El último documento digital que acredita mi paso por la feria de Jerez data del pasado sábado durante el alumbrado de la misma; aunque el resto de los días no hago acto de presencia por allí -  por diversos motivos - , me gusta asistir cada año al pistoletazo de salida del Show – nunca mejor dicho -. Adoro ese momento en el que una explosión de luces y colores aparece en la negrura de la noche y todos los allí presentes, al unísono, comenzamos a aplaudir. Es muy simbólico para mí; en cierto modo me recuerda a las puestas de sol del Sajorami, donde gente con una vibra mágica se desparrama por la arena de la playa y espera sonriente a que el sol se oculte y romper en aplausos, ante ese espectáculo de la naturaleza durante el que todos nos sentimos uno.
A excepción del “momento alumbrado” y “momento puesta de sol” me resulta bastante complicado ubicar situaciones similares, de “todos a una”, entre una masa, que no sólo va a su bola, sino que no tiene ni idea  de a dónde conduce esa especie de huida hacia ninguna parte que se ha apoderado, ahora más que nunca, de eso que vino a llamarse “humanidad”.
No sé si será políticamente correcto, pero es ahora, más que nunca, cuando siento algo más que sonrojo por el espectáculo que ofrecemos ante el mundo y por el que nos sentimos tan orgullosos (caballos, vino, trajes de gitana,  poderío,  diferencias de clases notorias, modelitos imposibles, violencia en las calles del Real,  explotación de quienes quieren sacar un dinero extra trabajando en las casetas...).  Un derroche de fiesta y tronío  inversamente proporcional a las estadísticas que declaran a Jerez como la gran ciudad con mayor tasa de paro de la zona EURO. Está claro que algo no cuadra.
Llama la atención lo perfectamente sincronizados que estamos para  pasarlo bien cuando se nos indica, ¿hasta ese punto nos hemos vuelto obtusos que nos tienen que decir cómo y cuando podemos divertirnos…? Incluso hay un día especial dedicado a las mujeres; parece como si muchas de ellas, esclavas del machismo imperante,  obtuvieran el pase pernocta del marido y de la sociedad para tener barra libre y ser las reinas del baile por un día, dentro, eso sí,  de un recinto cerrado donde puedan estar controladas. ¿Por qué el día “de las mujeres” y no el día de” la exaltación al traje de flamenca”?, es un suponer. Se eliminaría cualquier atisbo de machismo en una jornada de un miércoles que no ha logrado figurar en el libro Guiness de los récords por el mayor número de mujeres vestidas con traje de flamenca. Qué disgusto.
Apenas ha pasado un lustro desde que se produjeron en nuestra ciudad huelgas salvajes de todo tipo; de estar en el punto de mira de la prensa internacional, no sólo por la corrupción y el disparate político por el que somos conocidos mundialmente, sino por la docilidad con la que hemos suplantado nuestros derechos -  y también, por qué  no, nuestros deberes -  por el “dame pan y dime tonto”, o por el “dame feria, fútbol, semana santa, lo que sea,  y dime lo que quieras”. Eso deben de pensar los que ven todo tipo de imágenes circulando por la Red, y también la prensa nacional e internacional, a medida que van teniendo constancia del jolgorio desbocado, en lo que se presume “la mejor feria de la Historia”.
Si tenemos los ingredientes -  flamenco, turismo, vino, belleza e Historia -, me pregunto por qué el plato resultante es tan poco apetecible, tan escaso. Me apena ver la decadencia del lugar que me ha visto nacer, con cuyos ciudadanos profeso cada vez menos empatía.
Definitivamente, no creo posible una remontada. No creo posible que esta involución dé paso a la apertura mental necesaria para aplaudir, para estar todos a una, en otros momentos que no sean los del alumbrado de la feria.
No nos debería de coger desprevenidos si vienen vacas, todavía más flacas, y el resto del mundo se dirige hacia nosotros con aquel refrán que me soltó una amiga de “Graná”,  con toda la gracia del mundo:

 “A quien tiene cama y duerme en el suelo no hay que tenerle duelo”.

Ya ha amanecido. Está diluviando y no tiene pinta de que vaya a parar... Quien quiera verlo como una mala pasada de la climatología es libre de hacerlo. Yo me quedo con que es una Señal para que esto pare ya en seco, aunque mucho me temo que esto no lo para ya ni el diluvio universal. Y no se trata de que me guste o no la feria, se trata de que –  aunque me tilden de políticamente incorrecta – a estas alturas de la película,   no tengo el chichi pa farolillos. Para el resto, que siga la fiesta.

Amanda Flores


miércoles, 11 de mayo de 2016

¿SERÉ YO, SEÑOR…?





No era un espejismo, no caminaba por el desierto, era real. Yo estaba parada en una de las aceras de la Avenida del colesterol - qué arte más grande tenemos por aquí hasta para ponerle mote a las avenidas  -  donde un alma cándida me iba a regalar una caja con joyas orgánicas de su limonero.
No me interesaba ver el desfile de moteros. A mí las motos me aturden mucho, la verdad, tanto como un niño revolcándose por el suelo y llorando para que su madre le compre un Kínder sorpresa. O como los empleados de todas las secciones del Mercadona berreando  las ofertas del día como si se acabara el mundo. No lo soporto, lo siento pero no soy de más carnes.
El fin de semana motero me da más por saco que otra cosa, aunque entiendo que es una inyección económica para Jerez, la comarca por excelencia de los tabancos, que para eso somos la Tierra del vino. Jerez, bellísimo paraje hasta más no poder, donde verte venir un enjambre de motos o  cuatro caballos de frente es algo familiar y cotidiano, sobre todo, los sábados que es cuando suelen celebrarse las bodas en coche de caballos para mostrar al mundo el “somos felices y comemos perdices” de los novios.
Eso fue justo lo que pensé entre el barullo de tubos de escape cuando vi aparecer frente a mis ojos, como a 50 metros, los pompones de color rosa palo que coronaban las cabezas de cuatro corceles engalanados con todos sus avíos. Detrás de los caballos, sobre el pescante del carruaje, dos señores con sendos pelucones Luis XV y levitas azules aterciopeladas  con adornos dorados, te daban una ligera pista sobre la sencillez, austeridad  y buen gusto de los contratantes de la parte contratada, no sé si me explico.
Eso fue también lo que pensé justo antes de ver a los ocupantes de la calesa. En total eran seis personas: cuatro niñas vestidas de domingo, una madre metida con calzador en un traje a medida - dos tallas menos - y para terminar, una niña-princesa-árbol de navidad como protagonista absoluta del cuadro. Cuando atiné a cerrar la boca, me percaté de que era una niña de primera comunión acompañada por su séquito. La guinda la puso el cartel que lucía la parte trasera del carruaje, donde se anunciaba la empresa que se dedica a cubrir eventos de ese tipo, una franquicia que se erige como el primer Spá infantil de Europa.
La página web de la susodicha no tiene desperdicio. Se anuncia como “un cuento hecho realidad”, un país para soñar donde las niñas pueden disfrutar, por ejemplo, de un circuito de tratamiento dentro de un ambiente de máxima relajación y confort -  para combatir el  estrés de las criaturitas, supongo -  donde podrán lucir vestuario y accesorios pensados para que se sientan en un mundo mágico.
Manicura, pedicura, masajes, peinados, desfiles, pasarela top model, celebración de cumpleaños con varios tipos de menús de lo más chic, son algunos de los servicios que se ofertan. Además, también han pensado en las futuras mamás y hacen fiestas party - las “Baby  shower” -  donde las señoras gestantes van preparando desde el vientre materno a su descendencia  para la llegada a un mundo de luz y color. Yupi.
Hay más actividades, pero la que sin duda  llama mi atención sobre el resto, es la llamada “Mi mamá y yo”, donde se invita a disfrutar a madre e hija de una tarde mágica en el país de las princesas y se subraya que este servicio contribuye a fortalecer los vínculos afectivos. Como dicen en mi pueblo: para mear y no echar gota.
Mientras termino de echar el vistazo a la página web del país de las princesas, visualizo de nuevo la escena surrealista acontecida en la avenida del colesterol. La presencié junto a  Pepelu Sánchez, un terapeuta holístico experto en terapias alternativas que se ha empeñado en crear consciencia entre la gente, impartiendo talleres de meditación o charlas - entre otras cosas - para transmitir, no su verdad, si no su sentir, algo muy de agradecer en los tiempos que corren, a pesar de que su actividad sea contemplada por unos como algo propio de gente que está aburrida, y por muchos, directamente loca.
 La empresa del país de las princesas comulga con aquello que decía Dostoiesky de que “A veces conviene soñar”  y no sólo describe su dominio como un país para soñar, sino que argumenta que en la época de la tecnología, nuestras niñas necesitan un espacio de fantasía real y llamativo que invite a “una evasión diferente a la que se encuentra en la vida cotidiana”. Su filosofía – sentencia la presentación –  se asienta sobre “el modelo educacional de las pequeñas, relacionado con la salud, la alimentación y el bienestar”. Ahí queda eso.
Lo bueno de todo esto es que servidora ya no se siente como un perro verde. Ya no siento que formo parte de “esas rarezas”, sino más bien de la excelencia, sobre todo, ahora que empiezo a comprender mejor algunas cosas. Tal y como están el patio y la peña, hace mucho que dejé de preguntarme - cuando me asaltaban las dudas -  lo que Judas, más falso que un ¡a ver si nos vemos! en el Real de la feria, le preguntaba al Maestro en aquel chiste que pasará a los anales de la historia:

-        ¡¿Seré yo, Señor…?!

Pues visto lo visto, va a ser que no.


By Amanda Flores


miércoles, 23 de marzo de 2016

CRÓNICA DE UN INCONSCIENTE






Esshhhpañoles… ¡mi televisor… ha muerto…! Snifff…

Ocurrió hace un par de semanas, mientras almorzaba y se me antojó ver el programa de corazón de la Igartiburu. De vez en cuando – y no lo digo por justificarme – me gusta ver el nivel de gilipollez que se nos adjudica a la población, con según y qué programas, y el de esta muchacha, en concreto, alcanza bastantes puntos.
No sé cómo ocurrió, sólo sé que estaba pinchando las judías verdes con el tenedor y cuando miré a la pantalla se veía todo en blanco, con unas sombras de fondo. Durante unos instantes me cuestioné si lo suyo sería llamar a un técnico o a Iker Jiménez, pero cuando apliqué la lógica, comprendí que iba a ser cosa del tubo de imagen del aparato, y también, que su pérdida me afectaba tanto como el estilismo de Ana Pastor. Creo que lo voy a vender a alguien que lo quiera arreglar; lo tomaré como una señal del Universo: me llegará por otra parte uno mejor donde ver las pelis que tanto me gustan. No me veo comprando uno nuevo, más que nada, porque el asunto del peculio lo tengo bastante regular, y prefiero comprar comida y pagar a los rateros que nos abastecen de luz, agua, y ese tipo de lujazos que la mayoría del rebaño pagamos cada mes, sin rechistar, aun sabiendo que nos están estafando by the face.
El caso es que estoy aprovechando para recuperar el tiempo de lectura de la ristra de títulos que tenía aparcados o empezados; eso es justo lo que le estaba contando a mi amiga María mientras colocábamos los libros en la estantería de su nuevo hogar, cuando, de repente, y con esa chispa que la caracteriza, sacó un texto de cualquier caja, y como una niña chica, con la sonrisa de oreja a oreja, soltó:
 ¡¡Miraaa, llévatelo, tienes que leerlo!!
Nada más verlo, me encantó: 86 páginas muy despejadas, letras grandes y lo suficientemente ligero como para leer en la cama o transportar en el bolso. Eso viene a ser,  grsosso modo, lo primero que me atrae de un libro, para qué nos vamos a engañar. Lo del autor que lo escribe lo pongo siempre en cuarentena, porque todo el mundo sabe escribir, pero no todo el mundo es escritor; y también, porque, visto lo visto, muchos escritores famosos, además de contar con su musa, lo hacen con un equipo de marketing y algún que otro negro que les aligera el trabajo mientras ellos o ellas se dedican a hacer caja por esos mundos de dios.
 ¡Es el libro que más he regalado en mi vida! – continuó explicando mi querida amiga - ¡Y el tío que lo ha escrito es el de la librería de abajo! El otro día entré y le dije que me encantaba su libro y que lo regalaba siempre, y se me quedó mirando, atónito; fíjate tú, ¡¡que le digan eso a un tipo al que no conocen ni las águilas!! ¡Te va a encantar!
Desde luego esta mujer me conoce un poco y sabe, además de hacerme reír,  cómo ponerme la miel en los labios. Estaba deseando llegar a casa y meterme en la cama con él (con el libro); y eso fue lo que hice tras mi ritual de limpieza de cutis y aseo dental.
“Cuentos de un inconsciente”, escrito por Evaristo Montaño, nacido en 1960 en Jerez, se convirtió en una de esas revelaciones que tienes que contar al cosmos: la mayoría de las cosas que nos callamos de los demás y que el resto del mundo se pierde, son cosas interesantes. Muchas veces parece como si nos quisiéramos quedar para nosotros con lo bueno de las personas porque  vende más, a la hora de poner en alza nuestra popularidad, sacar fuera sus miserias o debilidades.
Abrí, curiosa, la primera página del librito. En la segunda pude leer:

“Soñar es despertarse hacia adentro"  -  Mario Quintana

“Hay otros mundos pero están en este” - Paul Eluard

Y a continuación, comienza el libro en todo su esplendor. No tiene prólogo, ni falta que le hace. Tras leer las cinco primeras líneas, suelto una sonora carcajada en medio de la noche, y cavilo que el tipo ha dado de lleno en la diana: el comienzo, el primer capítulo de un libro es esencial, porque si a los lectores no les gusta no leerán el resto del libro.
El primer cuento de “Cuentos de un inconsciente”, de Evaristo Montaño, se titula “El mercadillo de Oneirokriticá” y un extracto del mismo, dice así:
Entré en el mercadillo. Me paseé por él tranquilamente, observando los puestos y a sus vendedores. En uno de estos puestos un hombre con bigotes dalinianos vendía pescadillas de su propio huerto, recién cogidas del árbol. Intentó convencerme de que comprara algunas. Me dijo que eran ecológicas. Que él regaba sus árboles con auténtica agua marina y los abonaba con algas secas. No se las compré. Me pareció que estaban demasiado verdes: todavía no era el tiempo de las pescadillas.
Más adelante, un joven cariacontecido vendía hogazas de pan triste. Un pan que estaba hecho de recuerdos y añoranzas, de tiempos felices y amores perdidos. Tampoco le compré nada. Mi médico me ha dicho que lo evite, me sube mucho la melancolía.
Hace unos días decidí hacerle una visita para charlar con él; me contó que iba para profesor de Educación Física pero las circunstancias le llevaron a montar un gimnasio en el que estuvo trabajando  durante 20 años, hasta que se cansó de trabajar sólo para pagarle al banco. Le ha gustado pintar de toda la vida de dios, hasta que se dio cuenta de que tenía poco de pintor y mucho de Cuentista.
Me dijo que escribe, sobre todo, los sueños que tiene cada noche, aunque a veces le resulta complicado contar un cuento en el que tiene que describir un mar de gelatina. Se define como observador, introvertido, terco, peligrosamente cabezón, misántropo e hipocondríaco de los malos; en ese punto me paro a pensar que si no fuera porque le delatan su físico y su edad, servidora podría estar delante de la reencarnación del mismísimo Woody Allen; hasta que Evaristo llega al apartado en que también se define como un “hedonista que escribe por diversión”, y la verdad, no veo yo al actor, guionista y director de cine en esa coyuntura, sobre todo, en lo concerniente a los dineros.
Evaristo empezó a tomarse más en serio lo de escribir a los 53. Ahora tiene 56 años y ya ha publicado su primer libro. Trata de dedicar una hora al día a dibujar las ilustraciones de la que será su segunda obra y que tratará sobre La Gula, y también tiene en proyecto un tercer libro, más onírico y misceláneo.
Todo esto me lo cuenta en “La luna vieja”, la librería que ha montado en la calle Granados, en la que entra gente dispar, para curiosear o para preguntar por algún libro en concreto. De repente la conversación se ve interrumpida por una llamada a su móvil; el politono parece un rebuzno, pero luego me aclara que es la voz de Chewacca. Me quedo mucho más tranquila, la verdad. Y así podría seguir contando una interminable letanía de anécdotas y rasgos atípicos en alguien de Jerez.
Desde luego – pienso  para mí – así  da gusto que el televisor pase a mejor vida; da gusto tener amigos como María que te ilustran en campos que tienes justo al lado y que a veces te parece que están en otro planeta. Va a ser verdad lo que dice Paul Eluard de que “Hay otros mundos pero están en este”, sólo hay que rascar un poco y el azar, las causalidades y la necesidad de contarle al mundo lo que sabes, te llevarán un día,  como sin venir a cuento, a describir la agradable  sensación de descubrir otros mundos tan cercanos, y de paso, por qué no,  a escribir la crónica de un inconsciente.


Amanda Flores



viernes, 26 de febrero de 2016

TITIRITANDO

         

                                                  




Nueve semanas y media no es sólo el título de una película; también se ha convertido en el tiempo que dura mi  particular Gran Hermano. Sigo a dieta de informativos con música espeluznante y de programas de radio envenenados que destilan ideología política de uno u otro bando. Nunca me gustaron los bandos. Detesto el fanatismo exacerbado, el insulto gratuito; sobre todo, el gratuito. No creo en los extremos. Ni de un lado, ni de otro.  Estoy de acuerdo con que de vez en cuando se tienen que poner límites, más que nada, para que la gente no confunda un estado de bienestar con un Estado de barra libre. Como Joaquín García, campeón - por el momento -  en esta última modalidad.
El acontecimiento del año ha sido (otra vez, por el momento) la prisión cautelar que decretaron el juez Ismael Moreno y la fiscala Carmen Monfort contra dos titiriteros - que ya conoce todo el mundo mundial - por los supuestos delitos de enaltecimiento del terrorismo e incitación al odio. Esto es como cuando uno piensa que ya no se puede cagar más todavía, y lo siguiente que sucede viene a ser peor que lo anterior.
La historia interminable no es sólo el título de otra película. En España se ha convertido en la lista surrealista de acontecimientos por los que los españoles venimos siendo famosos desde que don Mariano y su troupe aterrizaron por el palacio de la Moncloa. Expertos en marear la perdiz y en fabricar cortinas de humo para distraer la atención hacia otro lado, se están encargando muy bien de convertir la “marca España” en marca Acme.
Estafas Reales, asesinatos machistas, suicidios de padres y madres de familias despojados de sus viviendas y de sus vidas por quienes procuraban tarjetas black a sus directivos. Comedores sociales de la vergüenza. Tiendas-buitre que compran oro, plata - lo que sea - a quienes lo han perdido todo. Obispos que acusan directamente a los niños abusados de provocar a sus abusadores. Planes de estudios ideados por el gobierno para manejar a su conveniencia lo que los niños deben “aprender”. Universidad sólo para ricos. Recortes salvajes por todos lados. Ladrones de guante blanco con leyes creadas para su conveniencia…Y suma y sigue. Eso es lo que ven nuestros niños cada día. Por todas partes. Sin contar con las películas, series y programas de televisión que ni siquiera merecen ser mencionados. Yo diría que todo eso sí que es, como poco, enaltecimiento del terrorismo e incitación al odio.
Lo que me deja titiritando es el convencimiento de que la gente se está acostumbrando y ve con normalidad lo que está sucediendo. La mejor manera de evitar que un prisionero escape, es asegurarse de que nunca sepa que está en prisión, citaba Fiódor Dostoyeski. Va a ser que sí.
Personalmente, estoy contenta porque mi criatura vive un país extranjero donde sus habitantes no se quedan como conejos deslumbrados por los faros de un coche mientras son despojados de sus derechos y de su dignidad;  donde la educación no está en peligro de extinción, porque no interesa. Me alegro de que no esté viviendo en España porque somos el hazmerreir del mundo, con jueces que mandan a la cárcel a titiriteros. Con la que está cayendo. Me alegro de que se haya marchado porque actualmente decir que eres español es sinónimo de cachondeo, y porque España se ha convertido en un país en el que, ahora más que nunca, es evidente que no queda títere con cabeza.